Cuando trabajamos con grupos sentimos cómo cada personalidad se mezcla en un todo que configura una nueva realidad de posibilidad. Circunstancias diversas y necesidades dispares que nos obligan a afinar la sensibilidad, a ajustarnos a la forma de cada uno sin perder la propia, guardando un tono afectivo constante que a veces requiere de mayor o menor intensidad.
A veces nos sentimos necesarios, sabemos que podemos movilizar, generar cambios, activar. Muchas veces, esto último pasa precisamente por no actuar, dejar estar, mirar de reojo, pero anunciándonos disponibles para el otro.
Es difícil, en ocasiones, gestionar el deseo de estar en el grupo y de ser en el grupo. Estar para el otro y ser con el otro. Desde el rol de arteterapeutas ejercemos la responsabilidad de guardar, sostener la mirada circular del que cuida, así como proponer, sugerir, señalar.
Puede aparecer este deseo de ser con los otros cuando tenemos un grupo maduro, bien constituido que se mueve en los márgenes de un setting que promueve la autonomía de sus miembros. Un espacio en el que todas y todos somos creadoras, co-creadoras de una realidad que nos permite aprender los unos de los otros, las unas con las otras. Todos estamos respirando ese presente y sembramos como recogemos.
Cómo saber cuándo quedarse observadora y cuándo dejarse estar en el fluir del grupo. Qué debemos atender y priorizar para no dejar que ese instante pase o por el contrario, saber contener ese deseo de presencia y dejar que el nudo se deshaga solo. Cómo permanecer neutrales, hablando la lengua del cuidado y haciendo de espejo con el otro, ayudándole a ver una realidad con la que quizás nos identificamos y nos hace percibir a alguien más vulnerable que a otro. Cómo evitar las alianzas, cómo permanecer en nuestro centro sin que nos afecte nuestra propia vivencia.
Creo que para guiarnos en estas cuestiones, nuestra brújala deben ser los objetivos del proyecto y los que definimos con cada usuario. No será lo mismo si queremos reforzar la seguridad en uno mismo de algún participante que si buscamos fomentar la confianza en el otro o la cohesión grupal. Al trabajar en grupo podemos favorecer la cohesión, la solidaridad, el cuidado mutuo, haciéndonos cada vez menos centrales. Para ello, haber modelado previamente el encuadre, con las interacciones que hacemos, la mirada que ejercemos, visibilizando los códigos que manejamos, evidenciando y nombrando la importancia del respeto y la horizontalidad.
En este caso último, me nace dejar más presencia al grupo, que sean los pares los que hagan esa devolución, se pongan de ejemplo o propongan una solución. Confiar en la capacidad del grupo para movilizarse, para dar contenido al espacio de creación, confiar en su deseo de ser y estar, de integrar.
Como decía, para que esto funcione es necesario que hayamos activado ese espacio de seguridad y respeto en el que ejercemos el marco vincular. Ese espacio donde el maternaje es posible, donde podemos transitar la presencia y la ausencia confiando en el poder del acto creador.
Cristina Ramos